viernes, 20 de diciembre de 2019

Diputados y senadores no han tomado el pulso del estallido social. En vano a puertas serradas han creado mecanismos para dirigir las reformas. Nuevamente han dejado afuera, sin pedir opinión alguna, a los iniciadores del movimiento, primero a los eternos de siempre,la masa heterogénea de obreros, y ahora último, a las soberbias e indomables huestes juveniles. La ciudadanía se dio cuenta hace rato del juego sucio de los políticos. Hablo de la generalidad, porque hay excepciones. Se están moviendo desesperadamente para continuar con sus privilegios aunque de mala gana han cedido con la dieta, vergonzosamente alta. Pero aún no se han dado cuenta de que existe otro gran poder que puede hacer cambiar drásticamente todo, pero absolutamente todo, en una sociedad como la nuestra en que por lo menos existe el derecho y la libertad de la expresión y comunicación. Me refiero al poder de los niños y de los adolescentes que, sumados a los juveniles, con una sola decisión de ellos, pueden hacer posible cualquier proeza, cosa que ningún gobernante del mundo, por más poderoso y rico que sea, podría lograrlo jamás.